Había una vez dos ranitas que, paseando por el pueblo, cayeron en un recipiente lleno de crema.
Inmediatamente sintieron que se hundían. Era casi imposible mantenerse a flote mucho tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos patalearon en la crema, tratando de nadar para llegar al borde del recipiente, pero fue inútil, sólo consiguieron chapotear y hundirse con piedras en el lodo. Al tocar fondo se impulsaron con las patas traseras y por un momento volvieron a la superficie y pudieron tomar aire. Pero la tercera vez pusieron que cada ida al fondo hacía más difícil volver a respirar.

Una de ellas dijo en voz alta:
No puedo más. Es imposible salir de aquí.
No hables… Sigue nadando – le dijo su hermana-.
Ya que de todas maneras vamos a morir – siguió diciendo- ¿paraqué prolongar este dolor?, ¿qué sentido tienen morir agotada?

La primera rana no quiso escuchar las protestas de su hermana. Tras lo dicho, dejó de patalear y rápidamente se hundió.

La otra rana, más persistente – o quizás más obstinada-, siguió intentando llegar al borde. Animándose en voz alta, se dijo:

-¡No hay caso” Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa, pero yo quiero luchar hasta mi último aliento. No quisiera morir un segundo antes de que llegue mi hora.

La rana siguió pataleando y chapoteando, sin avanzar ni un centímetro, ¡horas y horas!, hasta que después de mucho tiempo sucedió algo imprevisto: de tanto patalear y patalear… de pronto… ¡la crema se transformó en manteca!

Y fue así que, sobre la resbaladiza pero firme superficie de la manteca, la rana se deslizó sorprendida hasta el borde del cubo y, desde allí, de un salto llegó al suelo y croando alegremente emprendió el camino de regreso a su casa.

El mensaje del cuento es bastante evidente. ¿Hasta cuándo luchar? Hasta la victoria, hasta alcanzar nuestros objetivos, hasta que el mundo se vuelva un mejor lugar para heredar a nuestros hijos, hasta que la injusticia sea una palabra que no defina nada, hasta que cada quien esté conforme de la vida que lleva y tenga la energía para ayudar al despertar de otro que también está a punto de bajar los brazos.

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