Unos 14 años después de la muerte de Jesús, cuando ya había empleado todo su tiempo en enseñar la religión del Salvador, consolado a tantas personas y ayudado a tantos enfermos, hizo saber a los apóstoles que se aproximaba la fecha de partir. Los apóstoles la amaban tanto, se apresuraron para recibir sus consejos y bendición. Para cada uno tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, cerró los ojos y su alma partió a la eternidad. Su entierro parecía una procesión de Pascua más que un funeral.
Pero Tomás, no había llegado y cuando arribó ya habían vuelto de sepultarla. Pedro –dijo Tomás- no me niegues el favor de ir a la tumba. Pedro aceptó, abrieron el sepulcro y en vez del cadáver, encontraron muchas flores hermosas, Jesús había venido, había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.

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