Muchas veces, en los breves intervalos en que se apacigua tu tráfago interior, te acontece oír unos pasos: unos pasos furtivos a lo largo de tu puerta.

Como los de un amante que ronda la casa de la amada.

Son los pasos de la Dicha.

Son los pasos de una dicha modesta, tímida, discreta, que desearía entrar.

Hay muchas dichas así.

Son como novicias temerosas.

Son como corzas, como graciosas corzas blancas. Todo las amedrenta.

Si escuchas estos pasos, abre inmediatamente tu puerta de par en par.

Abre también tu rostro con la más acogedora de tus sonrisas… y aguarda.

Verás cómo entonces los pasos tímidos se acercan; verás cómo la pequeña dicha entra con los ojos bajos, ruborosa, sonriente, y te perfuma la casa y te encanta un día de la vida, y se va… mas para volver.

Desgraciadamente, muy a menudo, tus descontentos, tus quejas, tus deseos y aun alguna alegría efímera y soflamera, hacen tanto ruido, que la corza blanca se asusta y los leves pasos se alejan para siempre jamás.

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