Herón II, rey de Siracusa, pidió un día a su pariente Arquímedes, que comprobara si una corona que había encargado a un orfebre local era realmente de oro puro. Arquímedes dio vueltas y vueltas al problema sin saber como atacarlo, hasta que un día, al meterse en la bañera para darse un baño, se le ocurrió la solución. Pensó que el agua que se desbordaba tenía que ser igual al volumen de su cuerpo que estaba sumergido. A consecuencia de la emoción que le produjo su descubrimiento, Arquímedes se salió de la bañera y fue corriendo desnudo con el rey gritando: ¡Eureka! ¡Eureka!

La palabra griega Eureka que significa “lo he encontrado”, ha quedado desde entonces como una expresión que indica la realización de un descubrimiento.

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