La humildad es el origen de todo bien, así como el orgullo es el origen de todo mal.

Tener humildad no es indigno, por el contrario, es señal de fortaleza mental y espiritual. Es reconocer que no somos perfectos, que no somos infalibles. La humildad es el punto de partida del perfeccionamiento personal, pues sólo es perfectible quien no se considera perfecto, quine reconoce su fragilidad humana y sus yerros.
Pero la humildad, para que sea una virtud, debe ir siempre acompañada de una fuerte dosis de autoestima. De otra manera sólo será complejo de inferioridad y no representará un avance en el desarrollo de la persona, más bien será un grave defecto que le puede impedir alcanzar el éxito.

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